martes, 15 de octubre de 2013

El cuento del señor Jeremías Peces. Beatrix Potter




THE TALE OF

MR. JEREMY FISHER

BY
BEATRIX POTTER

Author of "The Tale of Peter Rabbit," &c.

FREDERICK WARNE & CO., INC. NEW YORK


COPYRIGHT, 1906

BY

FREDERICK WARNE & CO


FOR


STEPHANIE


FROM


COUSIN B.


Érase una vez una rana llamada señor Jeremías Peces, que vivía en una casa húmeda entre los ranúnculos a la orilla  de un estanque.
El agua estaba por todas partes, en la despensa y en el pasillo trasero.
Pero el señor Jeremías disfrutaba mojándose sus pies. Nadie lo regañaba por ello y nunca había cogido un resfriado.
Le encantaba mirar afuera y ver las gotas de lluvia cayendo sobre el estanque.

          -Voy a coger unas cuantas lombrices para ir de pesca y así tendré  un plato de pececitos para la cena- dijo el señor Jeremías Peces. 
          - Si pesco más de cinco, invitaré a mis amigos  el regidor Ptolomeo Tortuga y Sir Isaac Newton. El regidor, sin embargo, sólo come ensalada.
El señor  Jeremías se puso un impermeable, y un par de chanclos brillantes. Tomó la caña y la cesta, y se fue dando enormes saltos hasta el lugar donde guardaba su barca.
 
La barca era redonda y verde, y se parecía mucho a las otras hojas de nenúfar. Estaba amarrada a una planta acuática en el centro del estanque.
El Señor Jeremías cogió una larga caña, e impulsó la barca  hacia aguas abiertas

         -Conozco  un buen lugar para pescar pececillos- dijo Jeremías Peces.
 
El señor Jeremías clavó la caña en el barro y sujetó la barca a ella.
Luego se sentó con las piernas cruzadas y preparó su equipo de pesca. Tenía un bonito  flotador, pequeño y rojo. Su caña era un tallo duro de  hierba, su sedal  era una larga, blanca y fina crin de caballo  y en la punta  ató una pequeña lombriz que se retorcía.
 La lluvia le caía por la espalda, y estuvo casi una hora mirando el flotador.
         -Me estoy empezando a aburrir. Creo que voy a comer algo- dijo el señor Jeremías Peces.

Volvió al embarcadero impulsándose entre las plantas acuáticas, y sacó el almuerzo de su cesta.

        -Comeré un sándwich de mariposa, y esperaré a que escampe
- dijo el señor Jeremías Peces.
Una gran escarabajo acuático salió de debajo de una hoja de nenúfar y pellizcó la punta de uno de sus chanclos. 
El señor Jeremías subió las piernas un poco más, para ponerlas fuera del alcance del escarabajo, y siguió comiendo su sándwich. 
Un par de veces algo se movió,  crepitando, y salpicando, entre los juncos de la orilla del estanque.
      -Espero que no sea una rata- dijo el señor Jeremías Peces.-  
      -Creo que lo mejor será que me largue  de aquí.
Señor Jeremías impulsó la barca  un poco más lejos y lanzó el cebo. Picaron casi al momento. El flotador dio una tremenda sacudida.
         -¡Un pececilloUn pececillo! Lo tengo por agarrado por el hocico -exclamó el señor Jeremías Peces, tirando de la caña.

¡Pero que horrible sorpresa! En lugar de un pececillo terso y regordete, el señor Jeremías sacó a Juan Púas, el picón, cubierto de espinas. 
El picón forcejeó alrededor de la barca, pinchando y mordiendo hasta que estuvo sin alientoLuego saltó de nuevo al agua.

Y un banco de pececillos asomaron sus cabezas, y se rieron del señor Jeremías Peces.
El señor Jeremías se sentó desconsolado en el borde de su barca, chupándose los doloridos dedos y mirando el agua. ¡Y entonces sucedió algo mucho peor! Hubiera sido  una cosa verdaderamente terrible  si el señor Jeremías no hubiera llevado puesto su impermeable.

Una inmensa trucha salió del agua, salpicando con su ¡crash- pflop-p-p-p! y se llevó al señor Jeremías de un bocado, "¡AyAy! ¡Ay!..." Luego se dio la vuelta y se zambulló en el fondo del estanque.
Pero a la trucha le pareció tan asqueroso el sabor del impermeable, que en menos de medio minuto había escupido al señor Jeremías. Lo único que se tragó fueron sus chanclos.

El Señor Jeremías rebotó hasta la superficie como si de  un corcho o las burbujas de una botella de agua con gas se tratase, y nadó con todas sus fuerzas hasta  la orilla del estanque.
Salió como pudo en cuanto encontró la orilla, y se fue brincando a su casa, a través del campo con su impermeable hecho trizas.
          -¡Es una suerte que no fuese  un lucio!- dijo el señor Jeremías Peces. 
         -He perdido mi caña y la cesta, pero  no me  importa mucho, porque estoy seguro de que no me   atreveré a ir de pesca nunca más.
Se puso unas tiritas  en los dedos, y sus dos amigos vinieron a cenar. No les pudo ofrecer pescado, pero tenía otras cosas en la despensa.

Sir Isaac Newton llevaba su chaleco negro y dorado.
Y el señor Regidor Ptolomeo Tortuga trajo una ensalada en una bolsa de rejilla.





Y en lugar de un buen plato de pececitos, tomaron saltamontes asados ​​con salsa de mariquita, algo que las ranas consideran  todo un festín, pero yo creo que debe ser repugnante.

Fin

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