viernes, 8 de noviembre de 2013

El pájaro Pillo, de María Peña Lombao.


Era una tarde muy soleada y Sofía y Dama estaban tumbadas en el río, encima de una piedra en la que corría un poco de brisa. Sofía tenía los brazos cruzados detrás de la cabeza y los pies metidos en un remanso de agua clara, una de tantas pequeñas piscinas que se formaban a los lados del río. Sofía tenía los ojos cerrados cuando Dama se puso a ladrar hacia abajo en dirección al río bravo. Sofía se frotó los ojos con las dos manos y se puso sus recién estrenadas sandalias amarillas. Se recogió el pelo con la diadema y comenzó a caminar sobre las piedras detrás de Dama

- ¿Qué pasa Dama? –le preguntaba Sofía, y Dama ladraba ladraba y ladraba mirando el río, y le tiraba del vestido para que se diese prisa.
En el borde del río había un pez blanco y rosado que saltaba sobre una cascada que hacía espuma.

- ¿Qué te pasa pez? –le preguntó Sofía.
- Que queriendo cazarme un pájaro de alas grandes, ha pescado mi sombrero azul y ahora me veo feo en el agua y no sé donde está mi sombrero, ¿me ayudaréis a encontrarlo? 

Dama agachó la cabeza y se tapó los ojos con las dos patitas blancas:

- ¡Oh, pez azul! ¡Pero si eres muy bonito!

El pez se sentó en el agua y con mucho disgusto le dijo a la niña y a su perrita:

- No soy bonito, soy salmón, un salmón sin sombrero y no puedo seguir buceando en el río sin mi sombrero, porque mis amigos se reirán de mí.


Antes de encontrarse con el pez, Sofía y Dama estaban tan a gusto retozando al sol, soñando con almendras y moras silvestres, y ahora de repente tienen que buscar el sombrero azul del pez que era un salmón rechoncho y muy presumido.

-       ¡No te preocupes, pez! ¡Lo encontraremos!

Y Dama ladró confirmando que la búsqueda comenzaba en ese mismo momento. Se organizaron. El pez iría por el agua, disfrazado con matorrales para que sus amigos no lo viesen. Dama por las rocas, y Sofía subiría por los álamos de la orilla.

Desde lo alto, Sofía podía ver el mar y se preguntó por qué el agua del mar era salada y la del río dulce. En esto estaba pensando agarrada al tronco del árbol, balanceando las piernas y mirando sus sandalias amarillas, cuando apareció un pájaro de alas largas y suaves a su lado, con un sombrero azul.

- Pájaro –le preguntó Sofía- ¿Por qué el agua del mar es salada y la del río no?

El pájaro se cruzó de alas y le dijo:

-Los pájaros no sabemos de esas cosas, sólo sabemos cosas del aire y del cielo, ¿por qué no se lo preguntas a un pez?

Sofía se encogió de hombros y le dijo:

- Se lo pregunté a un pez que resulta que perdió su sombrero azul, pero sólo me lo va a decir si le se lo devuelvo. Si no se lo devuelvo, nunca sabré por qué el agua del mar es saladita.
- ¿Es como este sombrero que llevo puesto en la cabeza?, le preguntó el pájaro curioso.
- Si, es igualito -le dijo Sofía.

El ave de plumas se lo pensó un momento y le dijo:

- Y si te doy el sombrero azul… ¿qué me darás a cambio?

Sofía frunció el ceño y de repente se iluminó su cara y le dedicó al pájaro pillo la mejor de sus sonrisas:

- Si me lo das… antes de que se haga de noche… ¡te diré porque el agua del mar el salada y la del río no!
-       ¿Para qué quiero yo saber algo de un mundo que a mí no me pertenece?
-       Si que te pertenece, pájaro pillo. Tu bebes agua y vives en los árboles que beben del río, pero no en los que crecen al lado del mar. Todos los animales y los seres de este bosque viven aquí porque tienen mucha cantidad de agua dulce. En el mar hay otros animales, distintos a la gente que vive este bosque. El mundo del agua nos pertenece a todos y si esta tarde te digo por qué el agua del mar es saladita, mañana serás más listo, y le podrás contar a tus amigos del aire cosas nuevas del bosque por el que voláis.

Y así fue como Sofía convenció al pájaro pillo y con el sombrero azul entre los dientes, bajó del árbol saltando como una ardilla.

-       ¡Te espero en la última piedra del río a la que le da el sol antes de caer la tarde!, le dijo Sofía corriendo ya sobre las hojas secas y las hierbas altas que marcaban el camino donde Dama y el pez estarían aún buscando el sombrero.

Dama saltó de contenta y ladró de contenta al ver a su amiga Sofía con el adorno azul en la cabeza. Y el pez que no fue pescado por el pájaro pillo le dio muchos besos a su nueva amiga Sofía, que se reía sin parar de las cosquillas que le daban los pellizcos húmedos del salmón por toda la cara.

-       Ahora, pez, dime: ¿por qué el agua del mar es saladita?
-       Amiga: el agua viene de las montañas y desciende por el río y va al mar. Al bajar por el río, la fuerza del agua arrastra los minerales de las piedras por las que pasa. Entonces, al llegar al mar, el agua dulce está salada.
-       ¡Gracias pez!, ¡Que tengas suerte y no seas pescado!
-       ¡Gracias amigas!

Y el pez rosado, con su sombrero de copa, se unió a sus amigos en lo que parecía una fiesta de espuma y destellos azules que tenía prisa por subir río arriba.

Sofía se colocaba la diadema y veía alejarse los peces, pero Dama le daba empujoncitos con el hocico en la espalda. Sofía miró hacia arriba y se dio cuenta de que el sol estaba a punto de ponerse en la roca más alta. Corrieron por las rocas muy rápido y llegaron justo a tiempo.

Allí les estaba esperando el pájaro pillo. Sofía se sentó al lado de sus plumas suaves y mientras le contaba por qué el agua del río era dulce y la del mar salada, Dama asomaba el hocico sobre el hombro de su amiga. Al terminar Sofía de contarle la historia, el pájaro pillo le confesó que tenía muchas ganas de contarle a sus amigos del aire el nuevo descubrimiento. Le dio las gracias a Sofía y se despidieron con un apretón de plumas y manos y el pájaro pillo subió por el aire corriendo muy rápido, porque era tarde y aún tenía que arreglar el nido para la cena. En pleno vuelo se giró para decirles adiós con el ala a sus amigas de la tierra y Sofía y Dama le dijeron adiós saltando y moviendo los brazos.

Cansada de correr y saltar y chapotear buscando el sombrero azul del bonito salmón, Dama se acostó en la alfombra. Sofía se coló en la cama, apagó la luz de la mesilla y le dijo a su perrita: por eso, Dama, ahora hay que dormir, para poder soñar y mañana contarles a todos las aventuras que han de pasar.

María Peña Lombao (texto)
O Terser Home (ilustraciones)

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